¿Noli me tangere?
José Saborit
1. Según se nos cuenta en el versículo diecisiete del capítulo veinte del evangelio de San Juan, Noli me tangere son las palabras con que Jesús, recién resucitado, detiene a Maria Magdalena cuando intenta tocarlo. Las palabras pueden interpretarse literalmente como “no me toques”, o también como “no me retengas, pues aún no he subido al cielo con el Padre”. El pasaje ha gozado de tanto predicamento entre pintores de todos los tiempos que se haría muy difícil glosar todas sus versiones. Giotto, Fra Angélico, Andrea Mantenga, Tiziano, Correggio, Durero, el Veronés, Perugino, el Greco, Alonso Cano y otros muchos, se aplicaron sus pinceles a visualizar una escena que, más allá de los pormenores de sus posibles exégesis bíblicas, indica ante todo prohibición de contacto físico del cuerpo, bien se oriente éste hacia territorios afectivos o sensuales, bien hacia sus antónimos hostiles o violentos.
2. Tanta recurrencia en el tema (convertido en topos pictórico) sugiere, o incluso permite, una lectura que transforme el relato en discurso; es decir, un diálogo que gire unos noventa grados el eje paralelo a la superficie del cuadro entre las figuras de Jesús y Maria Magdalena, para dirigirlo hacia el espectador y ordenarle: Noli me tangere. No me toques, diría entonces la propia pintura, porque si me tocas, las formas, colores y texturas que sugestionaron a tu ojo desde la planicie del lienzo haciéndote creer que palpitaba allí la palabra, el mundo, o la vida, revelarán a tus manos que no son más que materia, pigmentos, aglutinantes, pieles y más pieles de pintura superpuestas. De ahí que la verdad mostrada por la pintura sea siempre una verdad incierta. El tacto no puede confirmar lo que los ojos creen ver. No podemos meter los dedos en ella como Tomás en la llaga de Jesús. Si nos acercamos demasiado y tocamos, su ilusión se esfuma, se desvanece.
3. Sin embargo, a la pintura le toca ahora vérselas con un mundo extraño en el que tal vez se hayan girado las tornas, pues le corresponde habitar un ecosistema visual sobrepoblado de imágenes, coexistir con ellas, divulgarse en ellas, transformarse en ellas, consumirse, ser vista bajo los equívocos, las inercias, las limitaciones perceptivas que ellas imponen. Son imágenes provisionales, fragmentadas, rápidamente sustituidas unas por otras, y además son incorpóreas, intangibles. Frente a este ejército de fantasmas que aparecen, desaparecen y se relevan con endiablada velocidad, la pintura se reconoce a sí misma en su lentitud, en su vocación de permanencia, en su unicidad, en su resistencia a la reproducción, y sobre todo, en la corporeidad de su presencia física necesaria. De ahí la extraña paradoja: la cercanía, la textura, lo táctil en el ojo, es una tabla a la que se agarra la pintura mientras naufraga en el denso mar de las imágenes intangibles.
4. Sin excepción alguna, las variantes pintadas de Noli me tangere presentan siempre a Jesús y María Magdalena, cercana y postrada ante él como en las versiones de Tiziano, Durero o Corregio, o rara vez a una distancia más que prudente, como en las de Perugino o el Greco. La presión o el énfasis con que la Magdalena se acerca a Jesús varía, así como la severidad del rechazo de éste, pero siempre son ellos dos los personajes que comparten el espacio del cuadro. Las pinturas que Josep Tornero titula Noli me tangere se desvían del modelo canónico, pues nunca encontramos en ellas dos personajes relacionándose. Aparece una sola persona, un hombre como en dos secuencias, en cuclillas y levantándose, otro hombre abatido casi en posición fetal, un fragmento de mujer tocándose a sí misma, y un díptico que separa, más que une, una cabeza de hombre invertida contra el suelo y a su derecha, un fragmento de mujer sin cabeza buscando la diagonal opuesta. Todas las pinturas agrupadas bajo esta invocación muestran una factura paciente y cuidadosa en extremo, alta concentración en el pálpito de la materia superpuesta sobre sí misma, elipsis cromática, cierta contenida sobriedad.
5. Llevada al extremo, la prohibición de contacto ha expulsado del cuadro al otro. No hay, por lo tanto, posibilidad de intercambio físico. No hay dos seres humanos que se relacionen. Sólo la fragilidad del yo a solas consigo, mirando su precario equilibrio al borde del abismo de sí mismo, frente a la atracción del abismo de sí mismo que es la atracción del vacío de sí mismo. Equilibrio inestable de esa cabeza reclinada entre la preocupación (delatada por la tensión superciliar) y el abandono al sueño; en el escorzo masculino, abatido en el suelo como un cadáver cuya desintegración transparenta ya el soporte, o tal vez levitando hacia las improbables comarcas del espíritu; equilibrio temeroso de la mano oscura que mancha la claridad del propio cuerpo; equilibrios imposibles que intentan sostener lo insostenible, salvaguardar la mismidad en la soledad, en la propia carnalidad como último reducto del individuo, frágil bastión contra la violencia del afuera, equívoco refugio.
6. El individuo queda sólo y como esos niños a quienes se les niega el contacto físico, incomunicado, retraído, monocromo, abatido. La privación sensorial de contacto e intimidad provoca sentimientos de tristeza, miedo, ansiedad, cromofobia anímica, obstrucción cognitiva. No hay alegría sin tacto, ni vitalismo, ni euforia, ni erótica solar. Quien no halla el modo de encontrarse en el espejo de la exterioridad y de los otros, quien no se confirma en el afuera vaga en su movimiento inmóvil, en la condena estéril de la búsqueda que resbala, se escurre en su propio charco de aceite requemado.
7. Medio siglo después de la abolición institucional de las tradicionales especialidades artísticas, conceptos como mestizaje, hibridación o transversalidad siguen pujando con fuerza en el mundo del arte oficial y sus cenáculos. Frente a la rapidez, espectacularidad y facilidad de las imágenes generadas por medios tecnológicos, la pintura busca un difícil equilibrio que le permita mantener vertical el fiel de su balanza, sin que ninguno de sus brazos se venga abajo. Busca, por una parte, no disolverse en la fácil inespecificidad de la indiferencia, en la espesura del magma del presente y sus imágenes (no convertirse en imagen, en suma); por otra, no encerrarse en el ensimismamiento, la queja o la nostalgia, no constreñirse estéril en el reducto de su incomunicada mismidad. Piensa en la vigencia del intento de reconocerse en el mundo sin perderse en él, sin disolverse, sin desdimensionarse, y acaso halla ahí un camino. Cómo transitarlo en un afuera tan hostil, asediado por imágenes intangibles tan violentas es un enigma, cómo habitarlo es un misterio, un misterio que espolea la actividad de los pintores e impulsa la vida de la pintura, como la oscuridad el crecimiento hacia la luz.
José Saborit, diciembre de 2011